El
70% de los adolescentes que desaparecen, en realidad, se escapan por su propia
voluntad y esta acción viene sucediendo hace décadas. La pregunta es: ¿Por qué sucede
y cómo podríamos solucionar este problema? Esto sucede, por un lado, debido a
la forma en que los padres tratan a sus hijos y, mejorando esta relación, se
podrían disminuir los casos. El hecho de irse significa salir a pedir ayuda.
Se
estima una cifra de 1.125 adolescentes que escapan de sus casas en la Ciudad de
Buenos Aires por año, estadística que se mantiene así desde 2010 según el
Registro de Chicos Perdidos del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y
Adolescentes del Gobierno porteño.
El
95% de los adolescentes que desaparecen o se van de sus casas son ubicados tras
dos o tres días de búsqueda, informa el Consejo y la mayoría de ellos tiene
entre 15 y 17 años. Generalmente son mujeres. Además, de acuerdo con la señora
Tagliaferri, la titular del consejo, explica que naturalmente tres chicos por
día se van de su casa en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La
causa de todo esto es mayormente por la culpa de los padres de las victimas por
varios motivos: 1) Por maltrato familiar, tanto hacia el hijo como hacia otro
integrante de la familia lo que produce un dolor indirecto en el adolescente y
produce una sensación que hace que se quiera ir; 2) La falta de comunicación,
que hace que los chicos se sientan incómodos o tristes al no poder explicar lo
que les pasa o lo que sienten. Al no poder encontrar solución a este problema
se van de su casa a la de alguien que si los pueda comprender, como a la de un
amigo o un tío, es decir, que la acción de fugarse es un modo de comunicar una
situación que no puede ser expresada de otra forma; 3) Muchas veces los padres
imponen ciertos límites sin explicación a través de los cuales muchas veces le
expresan a sus hijos un miedo de ellos a perderlos o para sobreprotegerlos, mensaje que
algunos chicos no entienden o hacen sentir mal a los hijos y deja como
resultado la fuga de su casa.
Un
buen final no es el hecho de que el adolescente vuelva a su casa, sino que
vuelva a un lugar donde pueda ser comprendido por la gente que los rodea. Esto
se puede llevar a cabo mejorando la comunicación entre padres e hijos o
llevando a los hijos con una familia adoptiva o a vivir con sus tíos o abuelos.
Por “mejorar la comunicación” no se tiene que entender como el hecho de
preguntarle muchas cosas agobiando al hijo y metiéndose en su intimidad, hay
que preguntar solo las cosas necesarias y saber interpretar la forma en que lo
dice, prestarles más atención y tratar de buscar mensajes entre líneas a través
de emociones u otros tipos de señales. También hay que demostrar que la acción
de cuidar no es lo mismo que controlar a los hijos. La creciente independencia
de los hijos es saludable. Es importante que algún día partan y forjen su
destino. Para esto, paradójicamente, deben confiar en su raíz, y no huir de
ella.